La atleta profesional radicada en Puerto Montt Giselle Álvarez acusó que fue abusada sexualmente por su padrastro

La publicación la hizo en redes sociales durante las últimas horas, y ha remecido al mundo del deporte.

En 10 carillas, en Instagram, la atleta de Ancud, radicada en Puerto Montt, dio a conocer el calvario que vivió entre los 8 y 12 años al ser violada y abusada por su padrastro.

La publicación en redes sociales, remeció al mundo de deportes.

A continuación les dejamos na parte de la publicación realizada por la atleta profesional, que participó en los recientes juegos Panamericanos en Santiago.

 

Carta Pública

Yo corro, siempre me ven corriendo, me han conocido corriendo, conocí lugares y gente por estar corriendo, mi vida ha sido una constante carrera, de niña he corrido y no he parado, me satisface hacerlo y quisiera nunca parar. Pero en algún momento de mi vida me detuve y fue para analizar si corría por conseguir una meta o si corría por escapar, hay una gran diferencia en ambas cosas, aunque en la pista o para los que me observan, no podrían notarlo.
Comencé a correr de muy pequeña, a los 10 años; el deporte me dio libertad, me abrió la puerta que necesitaba para escapar y sentir la seguridad que me daba la soledad; el constante movimiento que me convertía en inalcanzable, intocable y todo eso me hacía feliz, me brindaba paz, equilibraba mi existir y le dio un sentido a mi vida, correr para escapar.
¿De qué escapaba? Nací en una familia aparentemente normal, con padres y hermanos, fui la segunda en nacer, sietemesina y con problemas cardíacos, tal vez, mi primer gran desafío, un desafío por la vida; no obstante, logré recuperarme sin tener conciencia de la lucha que di, tal vez como una premonición de lo que serían los años venideros.
Transcurridos 6 años el destino me impuso un nuevo desafío, la separación de mis padres, que a esa edad para cualquier niño tiene un costo emocional muy alto, pero ignoraba que este capítulo desencadenaría en el corto tiempo otros hechos más graves y con efectos más profundos.

Cuando cumplí 7 años mi madre entabló una nueva relación y para que conociéramos a su pareja, mis hermanos y yo, comenzó a llevarlo a casa. Esta situación no resultaba agradable para nosotros. Mi hermano mayor fue siempre el más reacio, lo que se traducía en constantes conflictos y discusiones con ella cada vez que su pareja nos visitaba, lo que no impidió que más tarde él comenzara a quedarse en casa y formar parte de la familia, hasta el día de hoy.
Ese señor cumplía un papel, más allá de ser la pareja de mi madre, porque sabía que ella no estaba sola. Su presencia completaba lo que a nuestra familia le faltaba en ese momento, la imagen paternal, el pilar que brinda seguridad a un hogar, el sustento, protección; porque tarde o temprano, independiente del rechazo inicial que como niños pudimos haber tenido, terminaríamos aceptándolo y viéndolo como el reemplazo del padre ausente. Más no sé si él logró plasmar en cada uno de nosotros ese sentimiento, pero ayudó el hecho de que un par de años después de iniciada la relación con mi madre naciera un hijo, un nuevo hermano para nosotros.
Nunca fue el padre ideal sin duda, no para mí y nunca lo será; por el contrario, no guardo ningún sentimiento agradable hacia él y una de mis grandes luchas en mi vida ha sido superarlo, quitarme su pesada carga, borrar los recuerdos que me ligan a su miserable vida, es la única persona que me despertó el sentimiento del odio, que rompió mi inocencia en una edad y en un tiempo en que los seres humanos sólo debemos vivir y sentir amor, afecto, cariño; todo eso, para él no tubo importancia, tampoco debió importarle el amor de mi madre, sólo respondía y complacía sus bajas necesidades. Recuerdo que aún no cumplía los 8 años, cuando comenzó a abusar sexualmente de mí. Él me violaba, tenía sexo conmigo como si yo fuera una pareja de su edad, casi siempre fue en la misma habitación y cama donde dormía con mi madre. Un psicópata que ella eligió de pareja, que quiero suponer que lo desconocía.
Esta situación traumática se repitió hasta los 12 años, época en que participé de un taller extraprogramático en la escuela que se llamaba “Quiero Ser”, en el cual se enseñaba educación sexual. Esas clases me permitieron darme cuenta que había sido abusada sistemáticamente por mucho tiempo y a la vez me sirvió para adquirir o crear un mecanismo de defensa frente a esta situación, puesto que a partir de ese momento me negué a ser abusada otra vez e impedí que él se me acercara, bajo la amenaza de contar lo sucedido a mi madre. A pesar de ello, en esa época nunca se lo dije a ella ni a nadie, por temor y vergüenza, porque además había visto como mis hermanos eran cuestionados y dudaban de sus relatos.
Cuando cumplí 15 años, gracias al deporte, me otorgaron una beca para estudiar en Puerto Montt, lo que me permitió alejarme de mi hogar, cosa que resultó ser de gran alivio, porque nadie puede vivir todos los días viendo la cara de su victimario o sintiendo su mirada, compartiendo un mismo espacio, tratando de normalizar a través de una “vida familiar” un hecho tan traumático, vivir así es volver a sentir en cada momento el daño sufrido.

Un año después, mi familia también se mudó a Puerto Montt y me vi obligada a convivir nuevamente con mi victimario, con la diferencia que ya no se atrevía a acercarse a mí, pero su asedio me impedía tener amigos, no podía llevarlos a casa, siempre tuve que atenderlos afuera
de la casa.
Y nuevamente gracias al deporte, pude seguir estudiando, titularme de una carrera profesional (por fortuna, lejos de casa), trabajar y lograr mi completa independencia. Fueron años de constante sacrificio, pero tenía una meta, debía conseguir alejarme de todo aquello que me había hecho daño, pero sobre todo, tener mi propia vida y no tener que seguir escapando, porque mi pasión por el deporte también fue mi refugio, fui constante no sólo porque me gustaba el atletismo, también en gran medida porque me permitió estar lejos del criminal que me acosaba y paralelo a eso, el dolor, el cansancio físico de los entrenamientos y las carreras, borraban de mi mente, durante esos minutos, el trauma que cargaba conmigo. Si no hubiese existido el atletismo en mi vida, no sé cuál habría sido el desenlace final de mi drama. Por eso también soy una persona muy agradecida del deporte, no sólo es salud fisica, también es salud mental y espiritual.
Conozco a Erika Olivera hace mucho tiempo, ella es una de las más grandes referente del atletismo nacional, es un ejemplo para muchos y para mí también, sin duda. Tengo mucho que agradecerle, pero creo que el ejemplo más grande que recibí de ella, fue cuando contó su historia como víctima de abuso. Ese hecho en particular, sumado a los relatos de las gimnastas de Estados Unidos, me ayudaron a tomar el valor de enfrentar mi propio drama. Y fue precisamente Erika, una de las primeras personas a quién le relaté mi historia; también le conté a mi pareja y a mis hermanos. Con ellos posteriormente nos reunimos con mi madre y le relaté todo lo que me sucedió.
Posterior a eso mi madre enfrentó a su pareja, a lo que éste reconoció el hecho que me hizo de niña. Pareció ser un shock muy fuerte para ella, sin duda que para cualquier “padre” normal lo sería. Como si esa situación o esa confesión fuera poco, fui a la casa donde estaba él (al percatarme de lo afectada que se encontraba mi madre) y él lo reconoció una vez más en su presencia, pidiéndome disculpas frente a ella por lo sucedido, pero además quería saber si yo tenía intenciones de denunciarlo o cuando lo haría, demostrando la frialdad propia de un criminal.
Posterior a eso, hablé con mi madre y le ofrecí toda mi ayuda, podía depender de mí y dejar a su pareja, no necesitaría la ayuda económica de él. Lo dije porque así lo sentía y por verla tan afectada, pero mi sorpresa y mi decepción no acabaron ahí, tenía la errada idea de que Ema Rivera Saavedra, por ser mi madre, por ser mujer, comprendería más que nadie mi dolor; pero sólo quería que no entregara información del domicilio o teléfono de su pareja, más pesó en ella lo que las demás personas pensarían o comentarían, yo y mi dolor no importaban, había sido hace mucho tiempo por lo que debiera olvidarlo supongo, debe ser fácil para quien lo pide pero no lo ha vivido, al fin de cuentas al menos “nunca me faltó nada en la vida”, esa fueron sus palabras de consuelo. Tal vez olvidó deducir que, si nunca me faltó nada, no fue precisamente por su ayuda, menos la de su pareja, fue por mi propio esfuerzo y las becas que obtuve por el deporte, así como en gran medida la casa donde viven ellos. Una persona crece feliz si recibe amor y cuidado, eso nunca se podrá reemplazar por bienes materiales. Es lo más doloroso para cualquier hijo cuando los padres no entienden o no les importa esa premisa.
Ser una víctima de abuso sexual y violación posee una característica que tal vez ningún otro apremio sufrido logre equiparar la cicatriz que deja. Cualquier víctima se rodea de empatía solidaria cuando son identificados como tales, tienen apoyo moral, consuelo, palabras de aliento, personas que se cuadran en una misma postura defensiva, pero ¿qué sucede con las víctimas de abuso sexual y/o violación? ¿Las reacciones del entorno son las mismas? No, lamentablemente, porque antes de solidarizar con la víctima, nace primero la duda “¿será verdad?”, o lo que es peor brota espontáneamente y con una crueldad brutal el prejuicio, “es que ella igual tiene su historia…”. Pero lejos de esto, lo peor es sentirse vulnerable, no de las críticas, sino del entorno nás cercano. No hay nada más triste que sentir que las personas llamadas a protegerte, aquellos que son de tu propia sangre, tu familia, no velen por tu seguridad, que en situaciones tan brutales no estén tus padres. Que tu propia madre te dé la espalda por proteger a su pareja, que tu padre biológico que te abandonó de niña, cuando se entera de lo que le pasó a su hija a los 8 años, no se inmute, porque seguramente siente lo mismo que una persona que lee con indiferencia una noticia de carácter delictual, ajeno y lejano a dichas circunstancias. Si la esencia de tu amparo reacciona de esta forma, qué puede esperar una víctima del resto de las personas o de las instituciones relacionadas con estos hechos. Enfrentar la justicia no es menor, vivimos bajo un sistema primitivo para este tipo de delitos, con penas muy bajas y que para aplicarlas se deben comprobar los hechos, cosa que es una tarea titánica por no decirlo casi imposible. Por fortuna, mi caso estaba plenamente reconocido por su autor, aun así en una de las primeras declaraciones que realicé, a pesar de ser interrogada por una mujer, lo primero que hizo fue intentar hacerme dudar de lo que me había acontecido, prejuzgando mi relato, como si fuera un sueño del que no tuve conciencia, o lo que es peor, como si hubiera habido consentimiento y careciera de culpabilidad el hecho; tal vez existen personas que pretenden normalizar las relaciones sexuales de un adulto y una niña de 8 años, pero ese tipo de personas no debieran formar parte de ningún organismo policial o judicial, menos atender o recibir a quienes han sido víctimas o sufrido abuso sexual. Muy por el contrario, para esas instancias debieran existir profesionales, con formación en psicología o similar, que posean las herramientas adecuadas para acoger las denuncias.
Iniciar un proceso judicial de este tipo no es fácil, además de que por ser hechos de tantos años atrás por lo que la investigación y juzgamiento se rigen por el sistema antiguo de justicia (antes de la reforma penal y de las modificaciones legales que han mejorado los procesos investigativos relacionados a delitos sexuales y que recién ahora se ha eliminado la prescripción), también uno se expone a cientos de prejuicios; pero tuve el valor de hacerlo y soportar los dos años que duró; vuelvo a insistir, habiendo una confesión y testigos del caso, de lo contrario esos dos largos años pudieron haber sido fácilmente el doble. Es muy desgastante, sobre todo tener que relatar una y mil veces lo que me sucedió, a pesar de tener ya sobre 30 años, alguien se imagina pasando por lo mismo a una niña de 10 o de 15 años, puede alguien a esa edad tener la fuerza de enfrentar una situación de stress tan grande.

En mi caso; a raíz de la investigación realizada, las declaraciones de los testigos y del victimario, se determinó que los hechos eran constitutivos y tipificados como delitos de abuso sexual de menor y violación de menor. Sin embargo, por el tiempo transcurrido desde que sucedió todo, los delitos quedaron prescritos, por tanto no hubo pena ni sanción, por lo que PEDRO ULISES DELGADO OLIVARES seguirá libre, trabajando en la Armada de Chile en la ciudad de Puerto Montt, constituyendo siempre un riesgo para cualquier menor de edad que tenga la desdicha de relacionarse con él. Y por esto, de lo único que me arrepiento es de no haber tenido el valor de denunciar antes, para que sus delitos no quedaran impunes.
En esta instancia, no puedo dejar de destacar al Comisario David Cohen de la Brigada de Delitos Sexuales de Ancud, que me brindó un apoyo profesional inmenso, destacable, que me hizo recuperar la fe en las instituciones que velan por estos casos, supo mantener mi entereza frente a momentos muy difíciles, cuando todo parecía ser en vano. Y como la vida está llena de sorpresas y compensaciones entre lo malo y lo bueno, el mismo día que recibí la notificación del dictamen judicial, un 8 de septiembre de 2023, logré hacer mi mejor marca en 10.000 metros, como si el destino me diera aliento o una señal para seguir luchando por todo aquello que vale la pena, de uno depende que los obstáculos de la vida te detengan o te animen a saltarlos para llegar donde quieres.

En toda esta batalla estuve sin mi familia, ya que por mi salud mental me alejé de ellos, incluso arrendé mi casa (éramos vecinos), desde el momento que sentí y vi que no harían nada más que declarar lo que era obvio (el criminal estaba confeso), no podían decir algo distinto.
Pero a falta de ellos nunca me faltó apoyo, mi círculo cercano de amigos hasta el día de hoy fueron y son un soporte enorme en mi vida; a Felipe Andrade, quien fue mi psicólogo durante el proceso y me apoyo para poder separar lo deportivo de lo familiar cuando todo fue un caos; al Centro de Apoyo a las Víctimas de Delitos Violentos que me acogieron y actualmente me apoyan para poder sanar desde la raíz; a José Chávez, mi jefe en el trabajo, quien ha sabido comprender mi labor de atleta y me ha apoyado en cada problema que he tenido que enfrentar; mis amigas y amigos que muchas veces hicieron el papel de madre y padre, el apoyo siempre incondicional de mi pareja Pablo Saldivia, presente en todo; Erika y Ruth Olivera porque nunca me dejaron sola, siempre presentes en todo este proceso, hasta el final.
Mi entrenador Sunil Serna, quien no sólo me guía en lo deportivo, sino que supo contenerme en los momentos de fragilidad, cuando la pena era más fuerte y no podía controlarla. Y también a la persona que me ayudo escribir lo que están leyendo.
A pesar de todos los inconvenientes y penas que enfrenté al hacer esta denuncia, no guardo ningún arrepentimiento, por el contrario, siento que al fin soy libre, que logré quitarme un peso enorme que cargaba en el alma, que no me permitía vivir y que me estaba enfermando. Sólo tengo compasión de mí, de haber vivido toda una vida que no era la mía, de aguantar años reprimiendo un dolor tan fuerte e imborrable.
Por elección cerré las puertas de mi núcleo familiar, pero se me abrieron miles de otras y pude darme cuenta que en la vida nunca se está sola. Hoy me siento valiente de haber tomado esta decisión, aunque de a ratos el mundo parecía desvanecerse bajo mis pies y sentía ganas de estar muerta, logré sacar fuerzas de donde no las había, porque no tenía otra opción, la vida es una batalla diaria y enfrentarla es la mejor opción, ahora sé lo que significa ser resiliente, una sobreviviente.
Hago esta carta pública, como una forma de hacer justicia moral por los hechos que sufri, pero también como un testimonio que busca y anhela que sirva como ejemplo para todas aquellas víctimas que aún guardan y arrastran su dolor en el silencio de su interior, sepan que el camino por difícil que se presente, tiene un destino, que es vivir finalmente en paz. Si algún día uno quiere formar una familia, antes es necesario sanar, sólo así podemos avanzar. Es necesario tomar conciencia frente a estos hechos y trabajar en evitarlos, sobre todo con la educación a los niños, evitando caer en la despreocupación dando confianza a familiares o amigos puesto que muchas veces son de esos entornos donde se provocan los delitos.
Como decía en un principio, el deporte, en mi caso el atletismo, siempre ha sido mi pasión, pero durante todo este tiempo lo hice con una segunda razón o motivo, la vía de escape a mi realidad, hoy por fin puedo decir que corro 100% por motivación, por gusto, para disfrutarlo, siento que desde ahora puedo realmente dar lo mejor de mí en esta hermosa y adictiva disciplina.
Con esta carta doy por cerrado una etapa oscura de mi vida y como dice una frase de un famoso filósofo “Lo que no te mata te hace más fuerte”, esta dura experiencia a mi corta edad y sobre todo enfrentarlo junto a todas las consecuencias, me ha dado más fuerza. Uno no puede elegir a la familia, pero tenemos la elección de construir la propia.
Gracias nuevamente a todas mis amiga/os que estuvieron junto a mi durante este largo proceso, sé que al final sólo dependía de mí, pero
Uds. Me dieron el empujón que necesitaba.
Atte.
Giselle Constanza Álvarez Rivera